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martes, 12 de mayo de 2009

La oración

En todo momento de nuestras vidas, como cristianos, estamos llamados a la oración, a la oración intensa y ferviente, esa que traspasa las nubes y sube hasta la presencia del Dios Altísimo como ofrenda agradable. Pero nos preguntamos ¿qué es la oración?, ¿cómo debo orar?, ¿por qué debo orar? No es extraño que en nuestro interior se condensen una serie de preguntas como éstas al momento que se nos exhorta a la constante oración, principalmente en estos días de cuaresma.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (art.2559, pág. 697). De esta definición podemos decir que la oración tiene dos vertientes:

La primera vertiente es aquella en la que el hombre, ante su condición de ser inferior, le ofrece a Dios adoración, sin esperar más beneficio que la satisfacción personal que produce una verdadera entrega al Dios verdadero.
La otra vertiente es aquella en la que el hombre recurre a la grandeza de Dios buscando adquirir de éste algún favor o bien especial.

“La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre en unión con la voluntad del Hijo de Dios hecho hombre” (CIC, art.2564, páginas 698-699).



El mismo Jesucristo cuando nos enseñó a orar hizo referencia a esta alianza entre Dios y los hombres, pues primero nos mandó a ensalzar y glorificar el nombre del Todopoderoso, a declarar su señorío sobre todo lo creado (adoración); y luego termina con algunas aclamaciones que representan las principales necesidades del hombre, tales como el pan de cada día, el perdón de los pecados y la seguridad física y espiritual (petición).

Asimismo podemos decir que la oración, según el modelo por excelencia que Cristo nos enseñó, el Padrenuestro, tiene dos dimensiones:

La dimensión vertical, que no es más que aquella en la que el hombre se orienta en todo momento a la búsqueda de la presencia de Dios en su vida, haciendo real una íntima comunión con Él; y

La dimensión horizontal, que es la que nos llama a una relación armoniosa con nuestro entorno social, con nuestro prójimo. Esto así porque en el Padrenuestro se nos dice que seremos perdonados en la medida en que perdonamos a los demás.

“El evangelio según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de Cristo […] La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide que cumpla es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre” (CIC, art.2600, pág. 709).

En virtud de todos estas ordenanzas de Cristo a practicar la oración, la Iglesia Católica, como cabeza suya en la tierra, trata de poner al hombre en el camino de tal práctica y nos ofrece diversas modalidades que se adhieren al entorno cultural y social de cada individuo.

Si bien la palabra de Dios nos enseña que nuestra oración no será escuchada por las muchas palabras (Mt. 6, 7) sino por el fervor con que la hacemos, también debemos tener pendiente que Jesús mismo a “los discípulos, atraídos por la oración silenciosa del Maestro…les enseñó una oración vocal: el ‘Padre Nuestro’ (CIC, art.2701, pág. 737).

“La iglesia invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias, Liturgia de las Horas, Eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico” (CIC, art.2720, pág. 741).
(Por Rafael Rodríguez Hernández)